lunes, 9 de marzo de 2015

DE LA PUERTA DE LA SERRETA A LAS PUERTAS DE SAN JOSÉ, 3


ITINERARIO MEMORIALISTA POR CARTAGENA

 

3ª etapa: Calle y plaza de la Serreta


Dejando atrás el Parque de Artillería, para dirigirse al puerto hay que hacerlo recorriendo las calles de La Serreta y de Gisbert.
Era la calle de la Serreta un pequeño valle durante el siglo XVII, valle que se extendía entre la ladera oriental del Molinete y la occidental del Monte Sacro, conocido como Paraje de la Serreta, en el que se fueron construyendo humildes casas para familias de clase baja, que constituyeron el denominado Arrabal de la Serreta, que pervivió hasta que se ordenó quemar aquéllas que quedaron deshabitadas a consecuencia de la epidemia de peste bubónica del 1648.

En nuestro camino en busca del mar, nos encontramos, a la izquierda, en el número 18, esquina a calle de La Macarena, con el solar que en su día ocupó la Librería Espartaco, referente cultural de la izquierda durante la importante etapa de la Transición, librería fundada por la HOAC, con la pretensión de que fuera un centro de cultura y de encuentro de los trabajadores y trabajadoras y de las personas antifranquistas, que fue regentada en los primeros tiempos por Merche Cerverón Civera y posteriormente por Mariano González Mangada.

La librería Espartaco en su primera época, antes de que fuera preciso colocar las rejas

La librería Espartaco fue durante muchos años una institución para la izquierda cartagenera, lugar donde, no sólo se hallaban libros que en los setenta no se podían encontrar en otro sitio, sino que supuso un punto de referencia, un lugar de encuentro para los distintos sectores progresistas del momento.

En ese local pintado en blanco y azul con sillas de anea y un cartel que te invitaba a entrar aunque no fueras a comprar nada, porque – decía – había sillas para sentarse y leer, se potenciaban los actos culturales y se fomentaba el contacto entre diferentes grupos.
Blanco perfecto para los atentados de los ultras, la librería sufrió, por activa y por pasiva, todo tipo de ataques por parte del fascismo: rotura de cristales, pintadas… y hasta llegaron a tirarles cócteles molotov desde la estrecha calle de La Macarena, e incluso recibir, desde el cercano Parque de Artillería, el disparo de un cetme, hecho del que durante años quedó como testigo el impacto de la bala en una de las paredes…
Merche Cerverón regentó la librería Espartaco en los primeros tiempos
En la librería se encontraba a la gente joven de grupos alternativos por la mañana, trabajadores de la Bazán a primera hora de la tarde o docentes entre las cinco y media y las siete... Espartaco montaba actividades culturales y propiciaba el encuentro entre diferentes grupos, pasaba gente joven y vieja, trabajadores y trabajadoras, amas de casa, y estudiantes...
Los componentes de grupillos clandestinos iban a que se les facilitase el material para repografía, y acudían tanto de día como de noche, y se trataba a todo el mundo por igual.
USO, ORT, PCI, o PCE eran atendidos del mismo modo, e incluso se gestaron asociaciones culturales, como el caso de ABRAXAS.
En Espartaco se celebraban tertulias literarias y se difundía, en toscas copias a multicopista, revistas y libros de poesía, documentos de divulgación, panfletos diversos...


Mariano González, regentó Espartaco hasta el día de su fallecimiento

Allí se citaba gente de diferentes grupos, se dejaban y recogían carteles y octavillas o se pasaban recados de unas personas para otras. Se colocaban los anuncios del Cine-club y pasaban los escribidores y escribidoras de turno a mecanografiar, en la máquina de la trastienda, algún manuscrito para presentar a un certamen, o pasaba algún que otro colgado para echarse la parrafada o, simplemente, para pasar un rato en silencio y marcharse después.
El paso por la librería era obligado para cualquier demócrata, y Espartaco ocupa un lugar muy importante en la memoria de cualquier persona luchadora de la época.
Hoy, derrumbado el edificio en cuyo bajo se albergó, al pasar ante el solar que ocupó en su día, es imposible reprimir el movimiento de giro de la cabeza hacia ese hueco buscando inconscientemente los escaparates y la puerta de color azul, que guardaban tras de si los libros de editoriales sudamericanas o de Ruedo Ibérico, los folletos de los GOES o la revista de poesía "Esparto", los cuadernillos encuadernados a mano con las "Coplas del cupón" o los "Cien nuevos trabajos imaginarios para solucionar la crisis"... pero en su lugar sólo queda un pequeño rectángulo cercado en tela metálica cubierto de cascotes y fragmentos de ladrillo.  


Plaza de la Serreta
Dejando atrás este testimonio de la memoria de la Transición, nos encontramos, también a la izquierda, una plazoleta que, antiguamente, se llamó Plaza de los Carreteros y en 1921, tras una etapa en que fue denominada plaza de La Fuente de la Serreta, cambió su nombre a General Cabanellas, en honor de Miguel Cabanellas Ferrer (1872 – 1938), militar cartagenero que se labró una brillante carrera militar en Marruecos.
El General Cabanellas, tras su aventura africana, fue nombrado gobernador de Menorca, cargo del que fue depuesto en 1926 y pasado a la reserva, por oponerse al dictador Primo de Rivera. A partir de entonces participó en una trama conspirativa contra la dictadura y a favor del régimen republicano, y en 1931, con la llegada de la II República, fue nombrado Capitán General de Andalucía, y después, comandante en jefe del ejército de Marruecos.
Republicano, masón y liberal, fue diputado en las cortes del gobierno derechista del II bienio, por el Partido Republicano Radical, de Alejandro Lerroux, siendo designado Presidente de la Comisión de Guerra, pero renunció a este puesto al ser nombrado como Inspector General de Carabineros, cargo a cuyo nombramiento contribuyó su afiliación a la masonería y su fervor republicano.

Miguel Cabanellas
Posteriormente pasó al cargo de Inspector General de la Guardia Civil, recibiendo más adelante, del gobierno de Portela  Valladares, el mando de la 5ª división orgánica, con sede en Zaragoza, poco antes de las elecciones de febrero de 1936.
Y a partir de aquí, sorprendentemente,  algo lleva a este militar, desde esta posición supuestamente inferior a su anterior cargo, a evolucionar por derroteros tan diferentes a los que siempre le habían encaminado, haciéndole jugar un papel determinante en la sublevación del 18 de julio. Cabanellas  consideraba que la República había derivado hacia una anarquía que llevaría a la destrucción del país, y apoyó el golpe porque quería una república más acorde con sus ideas, pero en la suposición que tras éste no habría una dictadura militar.  De hecho, las tropas salieron a la calle entonando gritos de apoyo a la República, lo que originó que pronto gozase de una posición incómoda entre los demás generales golpistas.
Tras el despliegue estratégico de tropas que llevó a cabo en Zaragoza al comenzar la sublevación, mandó detener a 360 cargos del Frente Popular, entre los que se incluía el Gobernador Civil, y en el bando que emitió declarando el estado de guerra, manifestó y ratificó sus ideas republicanas.
Como general más antiguo de los rebeldes, el General Mola, como máximo responsable de los ejércitos sublevados en el Norte, le nombró Presidente de la Junta de Defensa Nacional, presidencia que se podía considerar honorífica, al no tener mando de tropas, y que permitía a Mola tenerlo controlado ante el temor de sus inclinaciones republicanas, y la desconfianza que despertaba por su pertenencia a la Masonería.


Miguel Cabanellas junto a Francisco Franco
Miguel Cabanellas, que había tenido a Franco bajo sus órdenes en las campañas africanas, lo valoraba como soldado, pero no le gustaba como político. Por eso se opuso a su nombramiento como jefe del Estado en el bando sublevado, en el conocimiento de que, tan pronto accediera al mando, lo ejercería de manera dictatorial, tal y como sucedió.
De manera profética, cuando fue aprobada la designación, con la única oposición de Cabanellas,  expresó: "Ustedes no saben lo que han hecho  porque no le conocen como yo, que lo tuve a mis órdenes en el ejército de África, como jefe de una de las unidades de la columna a mi mando... Si ustedes le dan España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra o después de ella, hasta su muerte".
Una vez que tuvo el control del Ejército a partir del 1 de octubre, el General Franco no quiso dejar olvidada la afrenta, y lo apartó de todo poder real, nombrándolo Inspector General del Ejército.
Durante sus últimos meses de vida se dedicó a recorrer los frentes de batalla para comprobar las evoluciones y las necesidades de las tropas, y pocas horas después de su muerte, los papeles que guardaba en su despacho de Burgos en una caja de seguridad, fueron sustraídos y hechos desaparecer (según su familia, por orden de Serrano Súñer)
El odio del dictador hacia Cabanellas  se extendió hasta después de su muerte, hasta el extremo de ordenar a las autoridades locales de Cartagena cambiar el nombre a la plaza, que volvió a ser denominada como Plaza de la Serreta.
El antaño republicano, cuyo desfile funerario fue presidido por Queipo de Llano y transcurrió entre dos filas de falangistas con el brazo en alto, fue imputado de manera póstuma por crímenes contra la humanidad y detención ilegal por la Audiencia Nacional en 2008, en el sumario instruido por el juez Baltasar Garzón, aunque se declaró extinguida su responsabilidad criminal ante la constancia fehaciente de su fallecimiento, setenta años antes.

Hoy pasamos por la plaza de la Serreta ignorando que un día ostentó el nombre de alguien de tan contradictoria trayectoria, que pasó, de opositor a la dictadura de Primo de Rivera y defensor de las libertades, a conspirador y traidor golpista cuya intervención fue enormemente decisiva para el triunfo de la sublevación contra el legítimo gobierno de la II República.

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