sábado, 23 de abril de 2011

UNA JORNADA HISTÓRICA

1931: El advenimiento de la II República fue recibido en la ciudad de Cartagena en medio de un ambiente festivo.
Así lo describió, el día 16 de abril, el periódico “La Tierra”:

Día de fiesta
El día de ayer, declarado por el Gobierno provisional día de fiesta fue un verdadero día de fiesta. Cerrados los comercios; con las músicas de bandas y cornetas por las calles; esparcida por ellas la muchedumbre todavía entusiasmada y vibrando las aclamaciones y vivas  en el ambiente tibio de un día magnífico; el día de ayer fue un verdadero día de fiesta. La calle Mayor estuvo animadísima a todas horas; los cafés llenos de gente y el himno de Riego y la Marsellesa sonando de cuando en cuando, entre la gente puesta en pie y descubierta.
Por todas partes se comenta el viaje y la salida del exmonarca, contándose detalles y fantasías en conversaciones interesantes.

Ayer tarde fue paseado por las calles un cuadro que representaba la República. Aplausos incesantes, vivas y aclamaciones acompañaron la manifestación por todas partes.


El cuadro de la República
La ascensión de la República, pero no de la que subió ya, sino de la del cuadro que ha sido paseado en triunfo.
El cuadro ha sido elevado al salón de sesiones, en donde quedará definitivamente instalado.


La reunión de ayer de las clases  subalternas de la Armada
Ayer tarde a las siete se reunieron en la Sociedad Económica de Amigos del País, todas las clases subalternas de la Armada, reinando un gran entusiasmo, dentro del mayor orden.
Entre otros asuntos acordaron telegrafiar su adhesión más respetuosa al Gobierno de la República, pidiendo también la dignificación de la clase como base principal de la Marina Española. Acordaron a la vez contribuir con dos pesetas cada uno para erigir un monumento nacional a la memoria de Galán y García Hernández


DEPURACIÓN DE LA RETAGUARDIA


COLUMNA FIRMADA POR CAMILO CAMPILLO EN 1937:
“Cartagena Nueva” 14/7/1937
DEPURACIÓN DE LA RETAGUARDIA
¿No sabemos de sobra lo que en la actual contienda significa “El triunfo de nuestras armas”? ¿Ignoramos acaso el porvenir que nos esperaría si esos “Españoles sin Patria” llegasen (que no llegarán) a apoderarse de nuestro suelo? ¿Hemos pensado lo que para nosotros significaría la implantación de un régimen fascista? Pues bien; si todo esto lo sabemos y tenemos previsto ¿Cuál es el parecer de tantos y tantos miles de hombres que, llamándose antifascistas permanecen en la retaguardia tan tranquilos e impasibles como si nada sucediese? ¿Y de aquellos otros que habiéndose llamado sus respectivas quintas para su ingreso en filas no sólo no se presentan por temor a lo que creemos su deber sino que manifestándose en contra de ese deber recomiendan les sean imitados? ¿Qué clase de españoles pueden llamarse éstos?
No hace mucho leí en un periódico algo relativo a la caballerosidad y patriotismo de unos españoles que venden su patria a cambio del elemento necesario para más tarde combatirla y ser   sada por ellos mismos. Si estos generalotes traidores no son   s ni merecen ser patriotas nuestros ¿Cómo catalogar a aquellos “personajes” que viendo como arrebatan a seis mil veces más ti  y ensangrentada España, se muestran tan impasibles?
Pedimos a grandes voces sea depurada, sí: depurada toda; absolutamente toda esta mala semilla y ¿por qué no? Todo personal emboscado en aquellas grandes fábricas, industrias, establecimientos, puestos éstos capaces de ser desempeñados por mujeres y de donde podemos disponer de un gran contingente de hombres, para con ellos consolidar nuestros frentes y poder dar el golpe definitivo que lance fuera a tantos “crapulosos”, empezando por el generalísimo Franco y terminando por las huestes de Alemania e Italia. Siendo así, con la ayuda y ciega unión de todos, lograremos que en vez de ellos los que voluntariamente se retiren del “SISTEMA CONTROL” para volver a atacar más criminal y abiertamente, seamos nosotros los que les echemos, marcando así el límite de nuestras fronteras un poco más lejos de lo que hoy las tenemos.
                Cartagena, a bordo del “Lepanto” 1937
Camilo CAMPILLO

viernes, 15 de abril de 2011

La salida de Alfonso XIII

Así narró la prensa local la salida de España de Alfonso XIII, desde el puerto de Cartagena (Tomado de "El Eco de Cartagena" el 15 de abril de 1939)

A las doce de la noche del catorce de abril se había llevado a cabo la transmisión de poderes, haciéndose cargo el Comité Revolucionario del Ayuntamiento, en nombre del Gobierno Provisional de la República Española.
Se había corrido la voz de que el Rey venía al Arsenal. La noche del catorce al quince, junto a los periodistas, deambulaban junto a las tapias muchos grupos de curiosos, esperando su llegada. Oficiales, jefes y generales fueron entrando al recinto. Los marineros, vestidos con el uniforme de faena, salieron para hacer que el público se alineara dejando libre una calle de entrada para los coches de la caravana que acompañaba al monarca destronado.
Una vez en el Arsenal, antes de subir al barco, el ex-soberano permaneció un rato despidiéndose de las autoridades y preguntó si se había decretado el estado de guerra, a lo que se le respondió negativamente. En medio de la serenidad de la despedida, en que todos estrecharon su mano en silencio, un sargento de la Guardia Civil no pudo reprimirse y gritó con fervor un ¡Viva el Rey!, al que respondieron algunos de los presentes. Entonces don Alfonso levantó el brazo gritando ¡Viva España! siendo su grito coreado con entusiasmo. Embarcó acompañado del almirante Rivera y el grupo de militares que le acompañaba se fue disolviendo lentamente. A las cinco y cuarto de la mañana, el rey sin trono se alejó de Cartagena embarcado en el crucero “Príncipe Alfonso”.  
La acusación a la que se enfrentaron Pedro Cerezuela, Camilo Campillo y Enrique Martínez fue "Haber presenciado los fusilamientos de los oficiales del Lepanto". Pedro Cerezuela, cuando fue visitado en prisión por su esposa, le contó que ese día había bajado a tierra, junto con Enrique Martínez y Manuel Hernández, con la pretensión de comprar unos juguetes para llevar cada uno a sus respectivos hijos. Según su narración, se encontraron con varios vehículos, uno de los cuales transportaba varios prisioneros; los que conducían les invitaron a acompañarlos, pero ellos, imaginándose que el destino de los presos era la ejecución, se negaron a subir.

En la ficha del S.I.P. de Camilo Campillo podemos encontrar, de su puño y letra, varios folios en los que narra los sucesos ocurridos a bordo del "Lepanto" durante los primeros días de la guerra. A continuación transcribo aquella parte de su declaración en que hace referencia al episodio de los fusilamientos:

Foto de Camilo Campillo
Unos días después de empezar el Movimiento (cuya fecha no recuerdo) al dirigirme a tierra en el bote de los francos e inmediatamente después de desembarcar en el muelle, me llegó un individuo con correaje y pistola, preguntándome si había salido un tal Eleuterio Martínez. Al contestarle afirmativamente haciéndole ve que venía en el mismo bote que yo, díjome le esperase un momento,, después del cual, se me dio a conocer, diciéndome: Somos de la Casa del Pueblo y queremos que vengan algunos de Vds. Pues se trata de una invitación, para cuyo efecto, traemos dos coches. Al hacerle presente mi agradecimiento, no obstante no aceptar, me llamó la atención ver como bastante del personal que conmigo habían salido, subían a los citados coches. Cuando después de esto me marchaba me llamaron varios de mis compañeros, los que me dijeron fuera con ellos, ya que sólo se trataba de tomar unas copas. Al hacerles observar mi contrariedad, dijéronme tardaban poco tiempo, terminando por aceptar e irme con ellos.
                Cuando llegamos a la Casa del Pueblo, hicieron la presentación de su Presidente, quien después de hablar con algunos de los invitados, ordenó sacasen cierta cantidad de jamón y botellas de manzanilla, durante el convite, unas dos horas y media aproximadamente, resultando del mismo algunos semiembriagados. Terminado todo lo expuesto dijeron de trasladarnos a un cuartel (cuya situación no puedo precisar, pues no lo recuerdo) al objeto de visitar a no sé quién para que nos invitasen. Después de cierta permanencia en este lugar, empecé a observar ciertas maniobras secretas, cuyos personajes eran: Cabo de fogoneros Ginés Vera, preferente Eleuterio Martínez, e id Vicente Aragó, juntos con algunos de la Casa del Pueblo. Al enterarme de que el día anterior los individuos citados habían estado en contacto con los también citados de la Casa del Pueblo y aquella noche no se separaban yendo juntos de un sitio a otro mientras el resto permanecíamos juntos, esto me dio que pensar y observar hasta en los menores detalles, convenciéndome más tarde de que los propósitos que tenían eran los de matar.
                De donde estábamos reunidos salieron por último, regresando al poco con algunos fusiles y pistolas. Como en estos momentos hablaron más clara y abiertamente, para nadie era ya secreto que las pretensiones que llevaban eran las de matar a los oficiales del Lepanto. A continuación y fuera de donde estábamos nosotros, aprecié como disputaban por querer esperar unos, la orden de Balboa, y otros, salir en busca de los detenidos sin dicha orden.
                Cuando al momento de esto trataba evadirme sin ser visto, al llegar a la puerta me encontré con un sargento, quien al verme y preguntarme hacia donde me dirigía, le contesté que estaba dando un “paseo”. Entonces, blasfemando y empleando unos modelos bastante bruscos, (se encontraba completamente embriagado) me dijo subiese a un coche que cerca de allí había, encontrándome dentro del mismo, tres individuos; dos de ellos del Lepanto y el otro de los de la Casa del Pueblo.
Cuando los coches se pusieron en marcha, pensé en no perderme ningún detalle sobre quienes eran los que actuaban y cómo.
                De aquí nos llevaron al muelle donde estaba el barco con los presos. Como al parecer no estaba atracado al muelle se destacó un bote de remos con el fogonero Vicente Aragó (no recuerdo quién le acompañaba) y al regresar traían un total de 13 ó 14 amarrados por las manos y de dos en dos. Inmediatamente reconocí a todos los del Lepanto que eran: Don José Mª Barón, Don Sebastián Noval, Don Antonio Corpas y el Jefe de Máquinas de cuyo nombre no recuerdo. También reconocí a un teniente de navío ajeno a dicho destructor, y que era Don Fabio Bueno. Acto seguido los metieron en distintos coches diciéndoles que los llevaban a la cárcel por creer que allí estarían mejor. En cuanto a algunos de nosotros, nos hicieron subir al último.
                Al salir de la capital y después de varios minutos de marcha empezamos a ver en la carretera objetos que al parecer eran cadáveres. Al preguntar y tener contestación positiva, me dijeron además que eran de los cincuenta y tantos que para aquella noche tenían preparados. Momentos más tarde, cuando los coches paraban, después de hacerlo el que yo ocupaba, escapé en dirección contraria a la que habíamos traído, encontrándome más tarde con el auxiliar de Sanidad Don Enrique Martínez, el de S. T. Don Pedro Cerezuela y el de máquinas Don Manuel Hernández, los que habían hecho sin duda lo mismo que yo, a juzgar por lo que hablaban.
                Más tarde he sabido que los que se encargaron de la ejecución fueron los siguientes: Cabo apuntador José Rubio, Cabo de Fogoneros Ginés Vera, preferentes Vicente Aragó y Eleuterio Martínez. Quien mandaba el pelotón (según referencias posteriores) fue el Cabo de 1ª Radio José Fernández Dopico.
                Todo lo relatado lo he vivido.

Camilo Campillo y Pedro Cerezuela fueron condenados a muerte por haber sido declarados culpables de haber presenciado los fusilamientos.