martes, 19 de abril de 2016

VENCERÉIS PERO NO CONVENCERÉIS



VENCERÉIS PERO NO CONVENCERÉIS
Así respondió Miguel de Unamuno al grito "¡Viva la muerte!" lanzado por Millán Astray en mitad del discurso en que el escritor, el 12 de octubre de 1936, día en que coincidió la apertura del curso universitario con la celebración del llamado "Día de la Raza", expresó que no podía convencer el odio que no deja lugar a la compasión, que no podía convencer el odio a la inteligencia.

Paraninfo de la Universidad de Salamanca, escenario de estos hechos
Es éste el discurso interrumpido por el mutilado general, discurso que don Miguel no tenía intención de pronunciar. Al contrario, sin intención de hablar, se había limitado a tomar notas, pero al escuchar de los oradores la repetición de los tópicos sobre "la antiEspaña", no pudo reprimirse, se levantó y comenzó a decir:
"Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero esta, la nuestra, es solo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición).
Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y Deniel], catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no...  "
Un murmullo creciente interrumpió las palabras del profesor, alguien del público gritó "¡Viva la muerte!", y el militar exclamó "¡A mí la Legión! ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!".
Un grupo de falangistas saludó con el brazo en alto el retrato del general Franco, después de que el general continuara con los gritos de "España ¡Una!, España ¡Grande! España ¡Libre!" 
Se produjo un silencio mortal, y unas miradas angustiadas se dirigieron al filósofo, que respondió:
"Acabo de oír el grito de ¡Viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. De forma excesiva y tortuosa ha sido proclamada en homenaje al último orador, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray no es un espíritu selecto: quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender.
Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España."
A pesar de que muchos militares echaron manos de sus pistolas, Unamuno pudo salir ileso, al coger del brazo a Carmen Polo y dirigirse al automóvil que le condujo hasta su domicilio.
Residencia de Miguel de Unamuno
Su acción le supuso que le fuera retirada el acta de concejal, ser destituido por Franco de su cargo de rector y pasar bajo arresto domiciliario los pocos meses que mediaron hasta su muerte, el 31 de diciembre de ese año.
Así acabó sus días este filósofo y escritor de la Generación del 98, republicano de corazón, pero descorazonado de la República a causa de la Reforma Agraria, la política religiosa y la clase política, que había apoyado, en un principio, a los rebeldes, porque pensaba que representaban la defensa de la tradi ión cristiana, pero que pronto, ante el cariz de la represión en Salamanca, cambió de opinión y lo manifestó públicamente con este discurso.