viernes, 5 de noviembre de 2010

Relatos de la posguerra. I: Juan


Quiero ofreceros una serie de testimonios que he ido recogiendo de algunas personas mayores con las que he conversado acerca de sus vivencias durante la Guerra Civil o los primeros tiempos de la posguerra.
El primero, el que traigo hoy hasta vosotros, es el de Juan, un anciano de 88 años, que no tenía más que 16 años cuando se fue al frente. El segundo, el de Dolores, de 91 años, que me contó la manera en que le hacían el vacío por tener a su tío en prisión. Mi tío Antonio, de 93 años, es el protagonista del tercer relato, un muchacho que marcha al frente, con 20 años, después de haber visto la agonía de los heridos del Jaime. Mi padre, que me narró el encuentro con el asesino de su padre, aparece en el cuarto relato. Finalmente, en quinto lugar os ofrezco la historia de Don Carlos, el médico que fue represaliado por practicar una religión distinta a la del régimen.
Supongo que estas historias os conmoverán del mismo modo que me conmovieron a mí.



I: JUAN
“Antes de la guerra era aprendiz de la Maestranza. Pero me alisté pronto. Quería luchar para salvar la República.
Yo me fui como voluntario a final del 37. Un primo mío vino del frente, y como yo era simpatizante de la FAI, me fui con él al frente de Extremadura, a la compañía de Depósitos de Fuenlabrada de los Montes.
Mi primo me estuvo protegiendo para que no estuviera en primera línea, y se las arregló para que en todo el tiempo que estuve allí me encargase sólo de labores de Intendencia.
Cuando llegaron los nacionales, salí huyendo, y me vine andando en dirección a Cartagena; eché a andar desde la estación, hasta llegar a Ciudad Real, donde vivía mi prima Anita. Fueron muchos días los que tardé en llegar
Anita había llegado a Ciudad Real, evacuada de Madrid, y me refugié en su casa. allí no había ropas de hombre; así que me tuve que quedar con el uniforme; no tenía nada para poderme cambiar. Si no hubiese sido por eso, a lo mejor me habría escapado, porque como era tan joven y tenía aspecto de crío… habría podido pasar desapercibido. Pero, no. Me hicieron prisionero. Fue por mi culpa, porque era un inocentón, y se me ocurrió hacer una chiquillada: Fui al banco, para cambiar cinco duros, y me puse en la cola. Y ahí había una señora que ni siquiera me conocía… si era la primera vez que la veía… pero claro, yo iba de uniforme, y entonces ella me señaló y dijo: – Aquí hay otro, alférez – yo iba de soldao, claro, porque no tenía otra ropa. Y me cogieron.
Nos llevaron a la plaza de toros a todos los que nos pillaron. Allí cogí unas fiebres, de comer las tripas que estaban salando, de los toros, pero es que estaba muerto de hambre, y lo único que había era eso, y yo me tiraba a comérmelas como un desesperao. Había también muchos cadáveres de presos… Y allí, entre los muertos, comiendo las tripas de los toros, y pasando sed… porque las tripas estaban saladas, claro, y el agua… el agua, la poca que bebíamos, no estaba en condiciones, claro; y no sé si cogí las fiebres de comerme las tripas o de beberme el agua, pero estuve malo, estuve malo muchos días, ya ni me acuerdo cuántos… hasta que me mandaron a Cartagena, con detall para presentarme, semanalmente, en la Casa de Maestre, muchos años, y después, en el Ayuntamiento.
No me acuerdo cuánto tiempo estuve en libertad provisional; me parece que hasta el sesenta y tantos… Y al principio fue muy duro, porque después de salir de la cárcel, la de Ciudad Real, cuando llegué a Cartagena, me encontré sin trabajo.
Entonces, me buscaba la vida como podía, y pasé mucho tiempo trabajando por las casas, arreglando los terraos que estaban rotos por las bombas; y a donde me llamaran, allí que iba… hasta que me hice con un diamante de cristalero, y entonces empecé a trabajar en eso; trabajé mucho de cristalero, con Belmonte, el de los muebles, y acudía a poner cristales en todas las casas donde me llamaban.
Hasta que por fin entré en la Bazán. Allí nos cogían a todos, porque necesitaban gente para trabajar en los barcos, y no había bastantes obreros, por eso echaban mano de todo el que quisiera trabajar, aunque hubiera estado antes en la cárcel. A la empresa la llamaron “Consolatrix Aflictorum”, igual que le llamaban a la Virgen de la Caridad, porque era el único sitio en donde nos acogían a los rojos. Gracias a la Bazán se calmó un poco el hambre en Cartagena, porque para hacer barcos necesitaban obreros, y no había bastantes. Ésa fue la única empresa en la que nos dieron trabajo a los antiguos presos. En ningún otro sitio nos dejaron trabajar.



2 comentarios:

  1. Muy bien que hayas hecho tu blog, hay que estar al dia
    Un abrazo

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  2. Mucha suerte, Pepa, en esta andadura. Son muy importantes estos testimonios.
    Un abrazo
    Nuchi

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