A veces, buscando entre causas encontramos detalles que nos ayudan a darnos una idea bastante exacta del ambiente de miedo, de opresión, de silencio… que reinaba en la Cartagena de los primeros tiempos de la represión.
Eso me ocurrió al leer las últimas páginas del expediente de prisión de Eleuterio Martínez Ortiz, fogonero del Lepanto que fue fusilado, en compañía de Salvador Reche Pallarés y Francisco Martínez Conesa, el 23 de diciembre de 1939. Sus restos se encuentran en el cementerio de Los Remedios, en la fosa común en la que permanecen los de 51 fusilados republicanos.
En Cartagena se dio una circunstancia no demasiado común en otras ciudades españolas: que con bastante frecuencia los familiares eran avisados por los mismos guardianes de prisión antes de que se llevara a cabo la ejecución de los reos. De este modo, en muchas ocasiones, tenían la posibilidad de recoger el cadáver y enterrarlo en otro lugar. No ocurrió así en algunos casos, bien porque los guardianes de turno no avisasen a la familia, bien porque sus miembros no fueran localizados, o bien porque el miedo a ser también víctimas de la represión, les impidiera acercarse al lugar de la ejecución. Ignoro cuál sería el caso del citado Eleuterio Martínez, pero es el suyo uno de los cadáveres que todavía continúan en la fosa común.
Lo que me llamó la atención al estudiar su expediente fue el hallazgo de un oficio de fecha 30 de junio de 1944, en que el Teniente Juez Instructor Eustaquio Domínguez Álvarez se dirige al Teniente Coronel Jefe Militar de la Prisión de Marina para interesar si el ejecutado había dejado prendas o efectos de alguna clase de su propiedad en dicha prisión, para entregarlos, en su caso, a los legítimos familiares.
La pregunta que surge a la vista del oficio es, sin duda, cómo se hace la reclamación al cabo de tanto tiempo ¿Cuánto miedo no tendrían los familiares para esperar durante cuatro años y medio hasta atreverse, por fin, a reclamar esas prendas?
No pensemos que el procedimiento para que le fuesen entregados a la viuda fue ágil, todo lo contrario: no fue sino hasta el 16 de abril del año siguiente, diez meses después de haber cursado el oficio el Juez, la fecha en que los objetos le fueron, finalmente, entregados a la viuda. Pero lo que más me impactó fue la relación de los efectos que, según el Jefe Militar de la Prisión, quedaron depositados en el pañol de la prisión tras la ejecución de la pena capital al recluso, y que copio a continuación:
RELACIÓN QUE SE CITA:
Prendas y efectos dejados por Eleuterio Martínez Ortiz dejados en el pañol:
UNA bolsa con fruta (se tiró).- CUATRO pastillas de chocolate.- DOS polvorones.- UNA caja de cartón.- UN par de guantes de niño.- UN cepillo de dientes.- UN trozo de jabón.- UNA carpeta con cartas.- UNA caja de pastillas vacía.- UNA caja de bicarbonato.- TRES servilletas y UN plato.- Metálico ninguno.
Triste relación para figurar como resumen de la huella de toda una vida
Hay inventarios más tristes todavía, como el que se refiere a los efectos que dejó MANUEL GARRIDO CONTRERAS, Delegado de Trabajo del Frente Popular en el Arsenal en la víspera de su fusilamiento, el 25-04-41: una manta, un jersey (viejo) y diez pesetas. Normalmente los efectos se custodiaban en el "pañol" de la Prisión Militar, y se intentaba localizar de oficio a las familias para devolvérselo, incluso movilizando un complejo envío de cartas a los puestos de la guardia civil de los lugares en donde se tenía noticia que podían vivir. En este caso, se envíaron varias cartas, pero sin ningún resultado. No son casos únicos, siendo bastante corriente, e incluso hay ocasiones en las que cuando la familia es localizada, rehúsa hacerse cargo de las pobres pertenencias, posiblemente para no incrementar más su dolor a la vista de aquellas pobres pertenencias; en ese caso la autoridad judicial hacía entrega de las mismas al Hospital de Caridad.
ResponderEliminarContrasta esta puntillosidad administrativa, con la sarta de irregularidades brutales cometidos en los procesos judiciales contra los vencidos.
Gracias Pepa, por compartir estos testimonios.
Suscribo las dificultades de acceso a los archivos militares que citas.
Floren Dimas