ITINERARIO MEMORIALISTA POR CARTAGENA
4ª etapa: Calle de la Caridad: Paseo Odessa
La plaza de la Serreta no es ya sombra de lo que era.
Desapareció el quiosco de prensa, aunque continúa la farmacia, y han dejado de
celebrarse en ella muchos actos oficiales, con excepción de la ofrenda de la
onza de oro y la ofrenda floral a la Virgen de la Caridad en el Viernes de
Dolores, cuando multitud de habitantes de la ciudad se acercan al templo de la
patrona, una basílica de estilo neoclásico que alberga la imagen de la patrona,
una Piedad, imagen napolitana del siglo XVIII, varias esculturas de Francisco
Salzillo y varios lienzos de Wssell de Guimbarda, del siglo XIX.
Algunos turistas que acuden a la ciudad durante las
conmemoraciones de Semana Santa, al contemplar el desfile de la procesión del
lunes santo cerca de la iglesia de La Caridad, se preguntan por qué los
portapasos de la Piedad, al situar el trono frente a la puerta de la basílica,
depositan un ramo de rosas negras a los pies de la imagen de la patrona de la
ciudad. Tiene esta tradición su origen en los hechos del 25 de julio de 1936,
cuando una multitud exaltada por los efectos de los bombardeos fascistas asaltó
muchos edificios religiosos, prendiendo fuego a las imágenes, como ocurrió en
los templos de Santa María de Gracia y de Santo Domingo. En lo que respecta a
La Caridad, acaeció todo de diferente manera, gracias, sobre todo, a la
intervención de algunos notables personajes de izquierdas, como Rodríguez Norte, Miguel Céspedes o José
López Gallego, y a la
presencia de varias prostitutas del Molinete (el barrio de los prostíbulos) dirigidas
por Caridad la Negra, aunque en la memoria colectiva ha
quedado grabada la acción de las prostitutas, mientras que se olvida la
decisiva intervención de los miembros del Frente Popular.
Según la tradición, las putas del Molinete, haciendo gala de una
gran valentía, impidieron la quema de la iglesia, capitaneadas por Caridad Norberta Pacheco Sánchez, la más afamada madame de Cartagena,
cuyo establecimiento, casa de dos pisos de altura, no se encontraba en el seno
del barrio de los prostíbulos, sino en la calle Balcones Azules; allí acudía, en
busca de los servicios sexuales, la flor y nata de la burguesía cartagenera que
no se mezclaba con el vulgo.
De esta mujer, que había sido musa del pintor Wssell de
Guimbarda, el cual se inspiró en ella para el rostro de la Magdalena en una de las
pinturas que se encuentran en la iglesia de la Caridad, y de la que se decía
que era amante de José Maestre Pérez (que en dos ocasiones había sido ministro
conservador con Alfonso XIII), se dice que, en 1947, puso un ramo de rosas
negras a los pies de la patrona como desagravio por las ofensas recibidas,
viniendo de allí la costumbre de los portapasos de La Piedad de llevar a cabo
este acto cada lunes santo.
Pero, por romántica que resulte la historia, y recurrente para uso
de los guías turísticos, no podemos achacar la salvación de la iglesia de la
quema a la actitud de las prostitutas, que si bien fue un hecho añadido, no
constituyó el principal motivo de que el edificio religioso escapase a la
profanación.
Unos meses después de publicado mi libro “El hijo del herrero”,
se puso en contacto conmigo Mariano López Bernal, al que la lectura del
capítulo referente a la quema de imágenes de las iglesias de Cartagena le había
traído a la memoria lo que sobre este episodio había oído de labios de su
padre, José López Gallego, fundador de Izquierda Republicana en
Cartagena y concejal del Ayuntamiento desde agosto de 1936 hasta que marchó al
exilio al finalizar la guerra.
Se encontraba veraneando en la playa de Los Nietos ese 25 de
julio, cuando se presentó en un automóvil Rafael Sánchez Martínez y otras tres personas, advirtiéndole de los asaltos a las
iglesias que estaban ocurriendo en Cartagena y los preparativos para dirigirse
a la de la Caridad. Se puso López
Gallego en contacto con Bouza, jefe de la Base Naval, para pedirle
protección de marinos y, junto con una escuadra de guardias de asalto,se
distribuyeron entre la aglomeración de gente que se agolpaba frente a la puerta
de la iglesia.
De espaldas a la puerta, junto a José Rodríguez Norte y Miguel Céspedes Pérez, encararon a la multitud, increpando a
los cabecillas. “Si tenéis huevos, subid estos escalones – dijo López Gallego –
pero con la pistola en la mano”.
Las prostitutas, junto a ellos, blandían tijeras amenazando a
los exaltados, y la marinería y los guardias de asalto fueron disgregando a la
multitud, que, sin dejar de proferir amenazas, se fue alejando de la iglesia.
Era lógico el empeño en defender la iglesia, no sólo por
tratarse de un edificio religioso, sino por su proximidad al Hospital de la
Caridad, contiguo a la basílica, que habría resultado afectado por el posible
incendio con que amenazaban.
Se trataba del tercer Hospital de Caridad, que desde 1710 hasta
1938 estuvo ubicado en la calle de la Caridad, prolongación de la calle de la
Serreta.
El Hospital de Caridad ha estado por siempre ligado a la
historia de Cartagena, desde 1693, en que Francisco García Roldán, soldado de galeras, ayudado por los también soldados Francisco Martínez, Alonso Cervera, Francisco
Bravo de Rosas y Antonio Rosique, se dedicaron a socorrer a los enfermos pobres de la ciudad.
Todo comenzó cuando emprendieron la tarea de enterrar a los pobres y a los forzados a galeras, cuyos cadáveres
eran arrojados en las proximidades de la ermita de La Guía, ampliando su tarea
al cuidado de enfermos indigentes más adelante. El primer hospital podemos
considerar que nació en 1697, a partir de los dos primeros enfermos sin
recursos que Roldán recogió y llevó a su casa, en el barrio de San Roque. Los
soldados atendían a los enfermos, bien en la casa de Roldán, bien en sus
propios domicilios, y se dedicaban a salir a diario pidiendo ayuda con una
capacha para el cuidado y manutención de los enfermos.
Monumento a Francisco Roldán, en los jardines del actual Hospital de Caridad |
El segundo hospital nace en 1701, cuando, al resultar
insuficiente la casa de Roldán para acoger al número creciente de
enfermos, Juan Bautista Montanaro cede a la obra de Roldán dos casas de su propiedad, que pronto
resultan insuficientes y se trasladan a una casa donada en el barrio de la
Serreta, frente a lo que actualmente es la iglesia.
El tercer hospital se comenzó a construir en 1710, en unos
solares frente al anterior, que fueron donados por Agustín Romero. Éste fue el hospital que se mantuvo
hasta 1938, y cuya capilla se edificó en el 1720, y tres años más tarde se
trajo desde Nápoles la imagen de una Piedad, que pronto consiguió una gran
devoción por parte de la población cartagenera, que recurría a ella en las
épocas de grandes sequías o durante las epidemias de cólera.
El Hospital de Caridad, u Hospital de "Los Pinos" |
Ese 25 de agosto de 1936 no se había comenzado todavía a trasladar a los enfermos al nuevo hospital, y el edificio contiguo a la basílica continuó funcionando hasta 1938. Más adelante se convirtió en ambulatorio, para pasar posteriormente a albergar el centro de salud Cartagena Casco hasta que, recientemente, fue trasladado a un nuevo edificio en la Cuesta del Maestro Francés.
Por la calle de la Serreta y la calle de la Caridad paseaban, en
la posguerra, los suboficiales, cabos y soldados y marineros sin graduación,
que tenían prohibido hacerlo por la calle Mayor, lugar de ocio exclusivo para
los jefes y oficiales y miembros de la burguesía. Los trabajadores, los soldados, las
sirvientas, los oficinistas… no podían osar sentarse a tomar un café o un helado
en la que se había convertido en el exclusivo lugar de las citas y el alterne
de la clase dominante; por eso a la Serreta y la Caridad se les pasó pronto a
llamar “Paseo Odessa” o “Paseo de los rojos” aunque quienes más lo usaran
fueran los soldados del ejército victorioso, que también tenían vetado el
acceso a preferencia cuando acudían al cine. Parecía que la guerra hubiese sido
ganada sólo por los jefes y oficiales. De este modo, los marineros y soldados,
pasaron a formar parte de los vencidos aunque hubieran formado parte del
ejército vencedor.
Con el paso de los años, la dictadura se fue suavizando de manera aparente, y con el aborregamiento de la sociedad española que, habituada a la represión del día a día caminaba, mayoritariamente indiferente a la situación de opresión que padecía, se fue recuperando en parte el uso de ciertos espacios de la ciudad por la generalidad del pueblo cartagenero, y se mezclaban en el deambular por sus calles personas de diferentes ambientes sociales, dejando de ser el paso por la calle Mayor privativo para unos pocos.
Años después, y con la llegada de las primeras elecciones democráticas municipales, empezamos a tener la impresión de que algo parecía estar cambiando.
Uno de los síntomas, el tímido conato del ayuntamiento del PSOE de cambiar algunos nombres de calles y plazas (Castillo de Olite pasó a ser Tierno Galván, y la plaza de José Antonio recuperó su antiguo nombre de plaza del Lago) y eliminar algunos símbolos de la dictadura, como la cruz de los caídos que se encontraba en la plaza de España o la placa dedicada a José Antonio que figuraba en la fachada de la iglesia de La Caridad.
Desafortunadamente, no pasó todo de un tímido intento: Los bustos de asesinos como López Pinto o Bastarreche, o el símbolo falangista del yugo y las flechas de La Aljorra continúan en nuestras plazas, y los nombres de fascistas siguen titulando algunas de nuestras calles, mientras la corporación municipal desoye los llamados de los grupos de la oposición y de la Asociación de la Memoria Histórica de Cartagena, exigiendo el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica.
¡FUERA SÍMBOLOS Y NOMBRES FASCISTAS DE LAS CALLES DE CARTAGENA!
Con el paso de los años, la dictadura se fue suavizando de manera aparente, y con el aborregamiento de la sociedad española que, habituada a la represión del día a día caminaba, mayoritariamente indiferente a la situación de opresión que padecía, se fue recuperando en parte el uso de ciertos espacios de la ciudad por la generalidad del pueblo cartagenero, y se mezclaban en el deambular por sus calles personas de diferentes ambientes sociales, dejando de ser el paso por la calle Mayor privativo para unos pocos.
Años después, y con la llegada de las primeras elecciones democráticas municipales, empezamos a tener la impresión de que algo parecía estar cambiando.
Uno de los síntomas, el tímido conato del ayuntamiento del PSOE de cambiar algunos nombres de calles y plazas (Castillo de Olite pasó a ser Tierno Galván, y la plaza de José Antonio recuperó su antiguo nombre de plaza del Lago) y eliminar algunos símbolos de la dictadura, como la cruz de los caídos que se encontraba en la plaza de España o la placa dedicada a José Antonio que figuraba en la fachada de la iglesia de La Caridad.
Desafortunadamente, no pasó todo de un tímido intento: Los bustos de asesinos como López Pinto o Bastarreche, o el símbolo falangista del yugo y las flechas de La Aljorra continúan en nuestras plazas, y los nombres de fascistas siguen titulando algunas de nuestras calles, mientras la corporación municipal desoye los llamados de los grupos de la oposición y de la Asociación de la Memoria Histórica de Cartagena, exigiendo el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica.
¡FUERA SÍMBOLOS Y NOMBRES FASCISTAS DE LAS CALLES DE CARTAGENA!
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