ITINERARIO
MEMORIALISTA POR CARTAGENA
3ª etapa: Calle y plaza de la
Serreta
Dejando atrás el Parque de Artillería, para dirigirse al puerto
hay que hacerlo recorriendo las calles de La Serreta y de Gisbert.
Era la calle de la Serreta un pequeño valle durante el siglo
XVII, valle que se extendía entre la ladera oriental del Molinete y la
occidental del Monte Sacro, conocido como Paraje de la Serreta, en el que se
fueron construyendo humildes casas para familias de clase baja, que
constituyeron el denominado Arrabal de la Serreta, que pervivió hasta que se
ordenó quemar aquéllas que quedaron deshabitadas a consecuencia de la epidemia
de peste bubónica del 1648.
En nuestro camino en busca del mar, nos encontramos, a la
izquierda, en el número 18, esquina a calle de La Macarena, con el solar que en
su día ocupó la Librería Espartaco, referente cultural de la izquierda durante
la importante etapa de la Transición, librería fundada por la HOAC, con la
pretensión de que fuera un centro de cultura y de encuentro de los trabajadores
y trabajadoras y de las personas antifranquistas, que fue regentada en los
primeros tiempos por Merche Cerverón Civera y posteriormente por Mariano
González Mangada.
La librería Espartaco fue durante muchos años una institución
para la izquierda cartagenera, lugar donde, no sólo se hallaban libros que en
los setenta no se podían encontrar en otro sitio, sino que supuso un punto de
referencia, un lugar de encuentro para los distintos sectores progresistas del
momento.
En ese local pintado en blanco y azul con sillas de anea y un
cartel que te invitaba a entrar aunque no fueras a comprar nada, porque – decía
– había sillas para sentarse y leer, se potenciaban los actos culturales y se
fomentaba el contacto entre diferentes grupos.
Blanco perfecto para los atentados de los ultras, la librería
sufrió, por activa y por pasiva, todo tipo de ataques por parte del fascismo:
rotura de cristales, pintadas… y hasta llegaron a tirarles cócteles molotov
desde la estrecha calle de La Macarena, e incluso recibir, desde el cercano
Parque de Artillería, el disparo de un cetme, hecho del que durante años quedó
como testigo el impacto de la bala en una de las paredes…
Merche Cerverón regentó la librería Espartaco en los primeros tiempos |
Los componentes de grupillos clandestinos iban a que se les facilitase el material para repografía, y acudían tanto de día como de noche, y se trataba a todo el mundo por igual.
USO, ORT, PCI, o PCE eran atendidos del mismo modo, e incluso se gestaron asociaciones culturales, como el caso de ABRAXAS.
En Espartaco se celebraban tertulias literarias y se difundía, en toscas copias a multicopista, revistas y libros de poesía, documentos de divulgación, panfletos diversos...
Mariano González, regentó Espartaco hasta el día de su fallecimiento |
Allí se citaba gente de diferentes grupos, se dejaban y recogían carteles y octavillas o se pasaban recados de unas personas para otras. Se colocaban los anuncios del Cine-club y pasaban los escribidores y escribidoras de turno a mecanografiar, en la máquina de la trastienda, algún manuscrito para presentar a un certamen, o pasaba algún que otro colgado para echarse la parrafada o, simplemente, para pasar un rato en silencio y marcharse después.
El paso por la librería era obligado para cualquier demócrata, y Espartaco ocupa un lugar muy importante en la memoria de cualquier persona luchadora de la época.
Hoy, derrumbado el edificio en cuyo bajo se albergó, al pasar ante el solar que ocupó en su día, es imposible reprimir el movimiento de giro de la cabeza hacia ese hueco buscando inconscientemente los escaparates y la puerta de color azul, que guardaban tras de si los libros de editoriales sudamericanas o de Ruedo Ibérico, los folletos de los GOES o la revista de poesía "Esparto", los cuadernillos encuadernados a mano con las "Coplas del cupón" o los "Cien nuevos trabajos imaginarios para solucionar la crisis"... pero en su lugar sólo queda un pequeño rectángulo cercado en tela metálica cubierto de cascotes y fragmentos de ladrillo.
Dejando atrás este testimonio de la memoria de la Transición, nos
encontramos, también a la izquierda, una plazoleta que, antiguamente, se llamó
Plaza de los Carreteros y en 1921, tras una etapa en que fue denominada plaza
de La Fuente de la Serreta, cambió su nombre a General Cabanellas, en honor de
Miguel Cabanellas Ferrer (1872 – 1938), militar cartagenero que se labró una
brillante carrera militar en Marruecos.
El paso por la librería era obligado para cualquier demócrata, y Espartaco ocupa un lugar muy importante en la memoria de cualquier persona luchadora de la época.
Hoy, derrumbado el edificio en cuyo bajo se albergó, al pasar ante el solar que ocupó en su día, es imposible reprimir el movimiento de giro de la cabeza hacia ese hueco buscando inconscientemente los escaparates y la puerta de color azul, que guardaban tras de si los libros de editoriales sudamericanas o de Ruedo Ibérico, los folletos de los GOES o la revista de poesía "Esparto", los cuadernillos encuadernados a mano con las "Coplas del cupón" o los "Cien nuevos trabajos imaginarios para solucionar la crisis"... pero en su lugar sólo queda un pequeño rectángulo cercado en tela metálica cubierto de cascotes y fragmentos de ladrillo.
Plaza de la Serreta |
El General Cabanellas, tras su aventura africana, fue
nombrado gobernador de Menorca, cargo del que fue depuesto en 1926 y pasado a
la reserva, por oponerse al dictador Primo de Rivera. A partir de entonces
participó en una trama conspirativa contra la dictadura y a favor del régimen
republicano, y en 1931, con la llegada de la II República, fue nombrado Capitán
General de Andalucía, y después, comandante en jefe del ejército de Marruecos.
Republicano, masón y liberal, fue diputado en las cortes del gobierno
derechista del II bienio, por el Partido Republicano Radical, de Alejandro
Lerroux, siendo designado Presidente de la Comisión de Guerra, pero renunció a
este puesto al ser nombrado como Inspector General de Carabineros, cargo a cuyo
nombramiento contribuyó su afiliación a la masonería y su fervor republicano.
Miguel Cabanellas |
Y a partir de aquí, sorprendentemente, algo lleva a este militar,
desde esta posición supuestamente inferior a su anterior cargo, a evolucionar
por derroteros tan diferentes a los que siempre le habían encaminado, haciéndole
jugar un papel determinante en la sublevación del 18 de julio. Cabanellas consideraba que la República había derivado hacia una anarquía que llevaría a
la destrucción del país, y apoyó el golpe porque quería una república más
acorde con sus ideas, pero en la suposición que tras éste no habría una
dictadura militar. De hecho, las tropas
salieron a la calle entonando gritos de apoyo a la República, lo que originó
que pronto gozase de una posición incómoda entre los demás generales golpistas.
Tras el despliegue estratégico de tropas que llevó a cabo en
Zaragoza al comenzar la sublevación, mandó detener a 360 cargos del Frente
Popular, entre los que se incluía el Gobernador Civil, y en el bando que emitió
declarando el estado de guerra, manifestó y ratificó sus ideas republicanas.
Como general más antiguo de los rebeldes, el General Mola, como
máximo responsable de los ejércitos sublevados en el Norte, le nombró
Presidente de la Junta de Defensa Nacional, presidencia que se podía considerar
honorífica, al no tener mando de tropas, y que permitía a Mola tenerlo
controlado ante el temor de sus inclinaciones republicanas, y la desconfianza
que despertaba por su pertenencia a la Masonería.
Miguel Cabanellas, que había tenido a Franco bajo sus órdenes en
las campañas africanas, lo valoraba como soldado, pero no le gustaba como
político. Por eso se opuso a su nombramiento como jefe del Estado en el bando
sublevado, en el conocimiento de que, tan pronto accediera al mando, lo
ejercería de manera dictatorial, tal y como sucedió.
Miguel Cabanellas junto a Francisco Franco |
De manera profética, cuando fue aprobada la designación, con la
única oposición de Cabanellas, expresó: "Ustedes no saben lo que han
hecho porque no le
conocen como yo, que lo tuve a mis órdenes en el ejército de África, como jefe
de una de las unidades de la columna a mi mando... Si ustedes le dan España, va
a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra o después
de ella, hasta su muerte".
Una vez que tuvo el control del Ejército a partir del 1 de
octubre, el General Franco no quiso dejar olvidada la afrenta, y lo apartó de
todo poder real, nombrándolo Inspector General del Ejército.
Durante sus últimos meses de vida se dedicó a recorrer los
frentes de batalla para comprobar las evoluciones y las necesidades de las
tropas, y pocas horas después de su muerte, los papeles que guardaba en su
despacho de Burgos en una caja de seguridad, fueron sustraídos y hechos
desaparecer (según su familia, por orden de Serrano Súñer)
El odio del dictador hacia Cabanellas se extendió hasta después
de su muerte, hasta el extremo de ordenar a las autoridades locales de
Cartagena cambiar el nombre a la plaza, que volvió a ser denominada como Plaza
de la Serreta.
El antaño republicano, cuyo desfile funerario fue presidido por
Queipo de Llano y transcurrió entre dos filas de falangistas con el brazo en
alto, fue imputado de manera póstuma por crímenes contra la humanidad y
detención ilegal por la Audiencia Nacional en 2008, en el sumario instruido por el juez Baltasar Garzón, aunque se declaró extinguida su responsabilidad criminal ante
la constancia fehaciente de su fallecimiento, setenta años antes.
Hoy pasamos por la plaza de la Serreta ignorando que un día
ostentó el nombre de alguien de tan contradictoria trayectoria, que pasó, de
opositor a la dictadura de Primo de Rivera y defensor de las libertades, a conspirador
y traidor golpista cuya intervención fue enormemente decisiva para el triunfo
de la sublevación contra el legítimo gobierno de la II República.
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