A las elecciones de 1936 las izquierdas, incluidos los anarquistas, se presentaron unidas. Fue lógica la unión para estos comicios tras los recortes a las libertades sufridas durante el bienio negro.
La situación en Cartagena durante ese período resultó un tanto peculiar; en una ciudad en la que había ganado mayoritariamente el PSOE, el Gobierno cerró la Casa del Pueblo, y decidió disolver el Ayuntamiento en noviembre de 1934, sustituyéndolo por una Comisión Gestora con funciones casi exclusivamente administrativas.
Fue una triste época para la Democracia. La derechas recalcitrantes comenzaron a moverse con mayor entusiasmo y los partidos monárquicos recuperaron su esperanza de una restauración, mientras el pueblo, impotente, perdía las que abrigó con las primeras medidas reformadoras de la República.
En ese ambiente de descontento y de inestabilidad general, durante los dos años de gobierno de las derechas, las posturas de enfrentamiento se habían ido exacerbando y con la llegada de la campaña electoral, tanto las derechas como las izquierdas fueron a por todas, multiplicándose los insultos y multiplicándose, por primera vez en la ciudad, los incidentes durante la campaña por los enfrentamientos entre militantes de ambos bandos y actos de violencia callejera.
El triunfo de las izquierdas, con una rotunda victoria en Cartagena (un 62 % de los votos) supuso una nueva esperanza para la gente trabajadora, y para los miembros de la pequeña burguesía republicana, que tanto había sufrido la represión durante el bienio negro. Al saber el resultado se organizó una gran manifestación, y los del Frente Popular marcharon hacia el Ayuntamiento, acompañando a los concejales que habían sido depuestos en el treinta y cuatro, para volverlos a poner en sus cargos.
Pero la euforia de los vencedores chocó con el resentimiento de la derecha, ahondando más en las diferencias, y menudeando los enfrentamientos entre ambos bandos durante los pocos meses que mediaron hasta la llegada del golpe de estado fascista.
Y es que ellos nunca se conforman con perder. Ganar, siempre ganar, y a costa de lo que sea. Cuando los resultados les son propicios, se escudan en la mayoría conseguida para, por encima de cualquier legitimidad legal o moral, pasar el rodillo por encima del pueblo, recortar los logros sociales, amputar las libertades (la situación actual es una muestra de las veces anteriores, una traducción a la realidad del siglo XXI de sus actuaciones en el pasado) y cuando, por el contrario, pierden unos comicios, centran toda su actividad en la tarea de la desestabilización, recurriendo a cualquier método, por demagógico, por sucio que resulte (¿recordáis los peones negros?) para minar los cimientos de la democracia, una democracia de la que se sirven cuando sus normas les favorecen, y a la que atacan cuando los principios de ésta les hacen sentirse bajo amenaza.
El pueblo no bajó la cabeza el 18 de julio.
El pueblo se unió contra el ataque a sus libertades.
Tampoco ahora bajamos la cabeza. El pueblo ha estado dormido mucho tiempo; hay quien aún continúa durmiendo, pero vemos como poco a poco, aun en pequeños grupos, se va despertando y la gente se organiza para defenderse del ataque a sus libertades, del ataque a las conquistas sociales.
A la II República, la democracia de los años treinta, la defendieron las milicias populares.
A la democracia del siglo XXI la defienden plataformas como las de la defensa de la Enseñanza Pública o de la Sanidad Pública, del 15 M, de los afectados por las hipotecas, los foros sociales, los funcionarios que pretenden una Justicia digna, los colectivos feministas, las comunidades de base, los colectivos de Educación Popular...
Y no van a poder con el pueblo. Ya luchamos otras veces, y conseguimos que la democracia volviera a este país, desterrando al fascismo; una democracia tibia la que vino en los setenta, es verdad, pero la democracia del siglo XXI, la que renacerá tras nuestra victoria contra los ataques del moderno fascismo, no pecará de tibieza. Si no abandonamos la lucha, recuperaremos el terreno perdido, y por fin tendremos una democracia real.
Quiero terminar este artículo con una cita de la novela de John Steinbeck "Las uvas de la ira", las palabras de Ma Joad, al final, dirigiéndose a su hijo Tommy:
«Nunca más voy a tener miedo. Pero lo tuve. Por un momento pareció como si nos hubieran derrotado. Derrotados por completo. Parecía como si no tuviéramos a nadie en todo el mundo, sólo enemigos. Como si nadie siguiera siendo amistoso. Me hizo sentir bastante mal, y también asustada, como si estuviéramos perdidos y a nadie le importara… Los ricos van y se mueren y sus hijos no sirven para nada y van desapareciendo. Sin embargo, Tom, nosotros seguimos surgiendo. No te inquietes, Tom. Llegan nuevos tiempos, distintos.
Tranquilo. Debes tener paciencia. Mira, Tom... nosotros, nuestra gente, seguirá viviendo cuando estos otros hayan desaparecido. Escucha, Tom, nosotros somos el pueblo que vive. No nos pueden borrar del mapa. Porque nosotros somos el pueblo, nosotros seguimos adelante...»
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